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{DEPORTE / ATLETISMO}

El atleta invisible

Milt Campbell creía que el mundo había sido injusto con él. Concretamente el universo que forman patrocinadores, marcas y medios de comunicación. Es difícil que una firma de moda, de bebidas glamurosas, de ropa deportiva, de complementos o coches de diseño deje escapar la posibilidad de adherir su logo a la piel de un superatleta. En el caso de Milt, primer atleta negro en ganar la meda de oro olímpica en la prueba de decatlón, así fue. Se sentía invisible y despreciado.


Milt era lo que se conoce como un ‘todo deporte’. Practicaba desde muy joven, y lo hacía bien, fútbol americano, natación y atletismo. Entrenaba en las instalaciones de la Escuela de Plainfield (Nueva Jersey), su ciudad natal. Se había decantado por el 110 vallas y en esa prueba trató de clasificarse para los Juegos Olímpicos de Helsinki, en 1952. Un tropiezo con uno de los obstáculos le dejó fuera del  equipo y al mismo tiempo, aunque no lo podía imaginar en ese momento, lo catapulto hacia el Olimpo. Y es que tan sólo unos días más tarde, Milt reanudó el intento de ser olímpico. Probó en la prueba de clasificación del decatlón y para sorpresa de todos –que no para él- se hizo con la tercer billete a Helsinki.


Y allí, en Finlandia, confirmó lo que sus compañeros de entrenos y algunos más ya sabían, que era un superdeportista. Así que pasó de tratar de clasificarse en una prueba de velocidad a recoger la medalla de plata en el decatlón.


Quizá, aunque hubiera sido de forma inesperada, la lógica había alcanzado a un deportista que corría, saltaba y lanzaba y todo lo hacía de forma sobresaliente. El decatlón parecía el lugar ideal para alcanzar el estrellato. Así que Milt insistió en la combinada de las diez disciplinas. Y lo hizo con inmejorable éxito deportivo –recogió, cuatro años después, el oro en el podio de los Juegos de Melbourne- y también, escasa, por no decir nula, repercusión mediática. Y eso que se daba la circunstancia de haberse convertido en el primer atleta afroamericano en ganar la prueba del decatlón olímpico. Tenía 22 años y además había batido el récord olímpico –lo situó en 7.937, superando en 350 la marca anterior.


A Beckam, Cristiano, Messi, Xabi Alonso, Pau y Marc Gasol, Kobe Bryant o Lebron James les resultaría incomprensible una situación similar. A pesar de la auto promoción que de si mismo realizaba Milt no consiguió captar la atención de las empresas publicitarias. Nunca llamaron a su teléfono. ¿Por qué? Hay quien dice que la ridícula cobertura televisiva que los Juegos de Melbourne tuvieron en los Estados Unidos anuló la popularidad de sus proezas deportivas. Milt no se cansaba de repetir: “Probablemente, he sido el mejor deportista que ha dado este país”. Ni por esas. También, tal y como explicaba el crítico deportivo Jim Murray, porque obtuvo sus éxitos entre las eras de dominio de dos superestrellas como Mathias y Johnson. “Era como estar sentado entre el Papa y Gorbachov –explicaba el periodista- o interpretar una escena de cine entre un bebé y un perro”.


Con un oro colgado al cuello pero sin un dólar en el bolsillo, Milt Campbell se planteó la necesidad de encontrar un nuevo trabajo. Y lo halló pronto, ya que los Cleveland Browns, equipo de la Liga de Fútbol Americano, lo seleccionaron en la quinta ronda del draft para formar parte de su plantilla. Como no podía ser de otra manera aupó a su equipo a la final en 1957, y como no podía ser de otra manera, tampoco ocupó las primeras planas de la prensa. Todo lo contrario, su vida se enredó un poco más a causa del racismo, ya que fue despedido del club por casarse con una mujer blanca. Un matrimonio, que según Campbell, le vetó en todos los conjuntos de la competición estadounidense. Así que puso rumbo a la liga canadiense donde su repercusión mediática se hacía ya imposible.


Tras retirarse; Milt regresó a Nueva Jersey y creó una escuela para jóvenes desfavorecidos; se comprometió con el trabajo social y desarrolló una nueva faceta de su vida como conferenciante motivacional. También probó, sin éxisto, la carrera política.


Miilt nunca escondió su enfado por el ninguneo publicitario y mediático. falleció a principios de noviembre y por fin la prensa americana le dedicó un especio, definiéndolo como el mejor atleta desconocido./Javi Muro

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