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{DEPORTE / ATLETISMO}

Voila, 6,16

Lavillenie bate el récord del mundo de salto de pértiga y entra en la leyenda del atletismo

Dicen que fue un francés allá por 1905 el primer hombre en ostentar el récord del mundo de salto de pértiga. Respondía al nombre de Fernad Gonder y situó la marca en 3,74 metros. Era el año 1905. Tan sólo seis años antes aún estaba permitido trepar por la garrocha una vez clavada en el suelo para superar el listón. Apunta también la Historia del Atletismo que fueron los ingleses quienes transformaron en vertical el salto con pértiga, que a principios del siglo XIX todavía aparecía registrado como una prueba de salto de longitud.


El pasado 15 de febrero, otro francés batió de nuevo la plusmarca mundial. En esta ocasión -109 años después-, elevándose por encima de los 6,16 metros de altura. Fue un salto limpio, sobre un listón que llevaba impreso desde hacía veinte años la firma de Sergei Bubka, la leyenda de la disciplina.


Aseguran quienes contemplaron la hazaña de Renaud Lavillenie que el liviano saltador francés se desintegró durante una milésima de segundo al sobrevolar el listón. Quizá, el tiempo justo para presentar sus respetos a los dioses del Olimpo con quienes ya comparte la condición de mito.


En los tiempos de Gonder –en primeros años del siglo XX- las pértigas llegaban a pesar hasta diez kilos. Poco a poco, la mejora de los materiales y de las técnicas de batida situaron a los saltadores cada vez más cerca del cielo. De aquellos primeros saltos en los que el listón se remontaba al estilo ‘silla’ a los primeros esbozos de ‘inversión’ hasta la técnica ‘jack Knife’, en la que flexiona y gira el cuerpo por completo, la prueba de salto de pértiga no ha dejado de evolucionar.


En 1912 se superaron por vez primera los 4 metros de altura (Wrigth, USA). Fue con la llegada de las pértigas metálicas, en los años 60, cuando se produjo una revolución en la prueba. Don Bregg saltaba por encima de los 4,80 metros. Tres años después, ya con una pértiga flexible, Stemberg (USA) culminó el objetivo de saltar por encima de los 5 metros.


El sábado, Lavillenie había superado al tercer intento los 6,01 metros, pero no tuvo dudas al solicitar altura para la siguiente ronda: 6,16, récord del mundo. “Tenía que intentarlo –dijo después-, está en mi mentalidad”. Al inicio del pasillo, frente al andamio a superar, el francés parecía mira más allá del obstáculo. Concentrado se frotó las manos, agarró la garrocha a tan sólo unos centímetros del tapón que la corona. Dos pasos, otros dos un poco más rápidos, aceleración progresiva, carrera, la pértiga se dobla –a cámara lenta amenaza con quebrarse- clavada en el cajetín de veinte centímetros de profundidad. Lavillenie comienza a elevarse al tiempo que se tensa, gira, se dobla flexible, remonta el listón –parece desvanecerse- y se precipita brazos en alto sobre la colchoneta.


Tan sólo un instante sobre un larguero situado a 6,16 metros para contar la extraordinaria historia de un récord del mundo de leyenda. Una marca tan sólo posible en la imaginación de aquellos primeros saltadores que empleaban pértigas de bambú. Un récord sólo comparable a los que aún se resisten, los 8,95 de Mike Powell en salto de longitud o los 18,29 de Jonathan Edwards en triple salto.


Poco tienen en común Bubka y Lavillenie salvo por alcanzar un sueño. El ucraniano mide 1,83 y pesaba cuando estaba en forma alrededor de los 80 kilos. Nada que ver con el saltador francés 1,76 metros de altura y 60 kilos. Ambos coinciden, en cambio, en la osadía y el arrojo para aceptar nuevos retos y buscar sus límites. “No me voy a detener aquí –apunta Lavillenie- no hay motivo para no batirlo otra vez”. Hay quien dice que sobre el listón -de frente e invertido para que el saltador pueda observarlo- puede leerse: “lo que hacemos en la vida tiene eco en la eternidad”. Voila, 6,16./Javi Muro.

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