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Albert Bourlon y después Thomas de Gendt, expertos en fugas

El ciclista belga ha vuelta a ganar una etapa en el Tour 2019 en otra épica escapada

A Thomas de Gendt no le gustan las multitudes. Si las fuerzas acompañan -y lo hacen a menudo- prefiere probar suerte esquivando el control del pelotón y marchar hacia la meta en solitario, o como mucho en compañía de un pequeño grupo de aventureros. Thomas de Gendt es ciclista y es belga. Ambos detalles son importantes. Quizá Bélgica sea el único país donde el ciclismo es el deporte rey; donde la Lieja-Bastogne-Lieja o el Tour de Flandes reciben mayor atención que la Liga de Fútbol; donde los clasicómanos locales como Tiesj Benoot, Oliver Naesen. Greg Van Avermaet, Wout van Aert, Philippe Gilbert o el joven Remco Enenepoel, son conocidos como Messi y, además, gozan de mayor prestigio. Por otro lado, ser ciclista -el otro detalle- conlleva cierta dosis de inconformismo. Thomas de Gendt es, sin duda, un inconformista; aunque sus cualidades como ciclista no le permite competir por el triunfo en una de las grandes clásicas del calendario ciclista. Tampoco por la clasificación general de una de las rondas de tres semanas. En cambio, De Gendt es un experto en fugas. Quizá el mejor, tanto que su presencia en una escapada es entendida por el resto de los corredores como garantía de éxito y pelean hasta la extenuación por formar parte de la aventura. El resultado no siempre es positivo, pero cuando sucede los calificativos brotan en forma de etapa épica, memorable, o heroica. 

El pasado sábado, en la octava etapa del Tour 2019, el ciclista belga volvió a lanzarse en solitario en busca de la victoria. Esta vez le acompañaron tres corredores, entre ellos Alejandro De Machi, otro especialista en burlar la vigilancia del pelotón. El recorrido presentaba un terreno quebrado, con constantes subidas y bajadas. Thomas de Gendt se sentía como en casa. Aprovechó la ascensión final a trece kilómetros de meta para enfilar en solitario la meta. Desde el pelotón, al iniciar las rampas finales, saltaron Alaphillipe y Pinot. El ciclista belga mantenía una ventaja que oscilaba entre los 20 y los 30 segundos. El descenso hasta Saint Etienne era una cuestión de supervivencia. De Gendt sobrevivió. Llegados hasta ese punto, nadie se desenvuelve mejor que él. No hay nerviosismo, tan sólo convicción y una extraordinaria capacidad para distribuir la energía restante entre los kilómetros a complatar. Era su segunda victoria en el Tour de Francia. También en 2016 llegó en solitario, al igual que en sus victorias de etapa en la Vuelta y el Giro. Thomas de Gendt homenajea cada ocasión en la que se pone un dorsal a corredores como Albert Boulon, el ciclista que protagonizá la escapada más larga del Tour de Francia, 253 kilómetros en fuga.

 

La gran escapa

Es de suponer que alguien que ha tratado de fugarse tres veces –una de ellas con éxito- de un campo de concentración alemán no debe sentirse demasiado cómodo pasando la noche en una ciudad amurallada. Quizá -es sólo una hipótesis-, la duermevela previa a caer rendido por el sueño trasladara a Albert Bourlon pesadillas de su cautiverio y reiterara la idea de la huida. Fuera como fuera, el ciclista francés despertó dispuesto a disputar la doceava etapa del Tour de Francia siguiendo el estilo de vida que las circunstancias habían cincelado en su carácter.

 

Era el Tour de 1947, el primero en celebrarse tras el final de la Segunda Guerra Mundial. La carrera la lideraba el también francés René Vietto, que había recuperado el jersey amarillo al vencer en la etapa alpina que había concluido en Digne-les-Bains. Lo perdería a falta de tres días para el final del Tour. Jean Robic fue el vencedor de aquella edición.

 

Para conocer el desenlace de la carrera aún restaban ocho etapas. Bourlon abrió la ventana de su habitación. Más allá del alfeizar, el lienzo de sillería delimitaba la ciudad de Carcasona, desde donde partirían camino a la ya mítica meta ciclista de Bañares de Luchón. Era consciente de la fama que tenía en el pelotón. Obstinado, empecinado, tozudo, para algunos; tenaz y rebelde, para unos pocos y, para muchos, terco, cabezota e incorregible. Daba igual, aquel día pensaba intentarlo como otras tantas veces, si algún otro corredor quería acompañarlo genial –en compañía se pedalea mejor-, sino…, sino, lo intentaría en solitario.

 

Carcasona está situada en el departamento de Avale, en la región de Langedoc-Rosellón. Objeto de deseo de romanos, vándalos e incluso de Carlomagno, en sus viñas y bodegas se elaboran algunos de los más famosos y antiguos vinos franceses. Desde allí, desde Carcasona, a la meta de Bañares de Luchón, según marcaba el plano dibujado por los organizadores, la distancia era de 253 kilómetros de terreno complicado, con los pirineos acechando.

 

Alberto Bourlon se dirigió a la salida y no es de extrañar que durante esos minutos que transcurren entre el momento en que los corredores anotan su nombre y dorsal en el libro de firmas y el juez da inicio a la carrera sus recuerdos retornaran años atrás, cuando trabajaba en una de las factorías de la empresa Renault. De ideología comunista, Bourlon había llamado a sus compañeros a la huelga en el año 1936. Quizá, incluso, esbozó una sonrisa al enlazar aquel acontecimiento con los motes que le atribuían sus compañeros ciclistas. Quizá, si fuera un tanto inquieto.

También recordó, en ese instante previo al incendio de las pulsaciones de su corazón, la Segunda Guerra Mundial y su captura por las tropas nazis. En dos ocasiones trató de escapar del campo de prisioneros de Sagan, en Polonia. Lo trasladaron a la prisión de Fürstenberg y desde allí, a la tercera tentativa, consiguió evadirse. Lo hacía –rememorar aquellos días- para motivarse. De alguna manera, los equipos de los sprinters no dejaban de tener cierta similitud con el ejército alemán, salvando las distancias claro, donde unos eran intransigentes con los derechos humanos otros lo eran con las escapadas en busca de la victoria. Defendían el triunfo de su hombre rápido y cualquier otra alternativa no tenía cabida en su estrategia.

 

Bourlon logró sortear la vigilancia del campo concentración alemán y tras atravesar Ucrania, Eslovaquia y Hungría, consiguió llegar a Rumanía, donde se convirtió en ciclista. Allí, en tierras rumanas, ganó para el equipo Dacia la carrera más importante del país, la clásica Bucarest-Ploesti-Bucarest. Obviamente, la hazaña ciclista que estaba a punto de perpetrar aquel día de 1947 en el Tour de Francia nada tenía que ver con burlar a Hitler y a su implacable ejército, tan aficionados al uso del gas como recurso para eliminar al personal.

 

El perfil de la etapa era conocido por todos los corredores. El final en Bañares de Luchon era fijo en muchas de las ediciones y muchos corredores encontraban en las diferentes carreteras entrelazadas alrededor de la ciudad sus itinerarios favoritos de entrenamiento. Un primer tramo rompe piernas con constante subidas y bajadas de unos 140 kilómetros iba mermando las fuerzas, después comenzaba la parte más dura las ascensiones a los puertos de Aspet y Port, antes de tomar el desvío que conducía a la línea de meta. Ese día, en el peor de los casos, recibiría una palmadita en la espalda y un "pero a dónde vas, otro día será", por parte de su director o alguno de sus compañeros.

 

Albert Bourlon arrancó de salida. En el mismo momento en que el juez ondeó su banderola, él ya se había ajustado los calapies y esprintado los trescientos metros que le permitieron cobrar ventaja respecto al pelotón. Después, un esfuerzo añadido para mantener la aceleración y una última mirada atrás, ningún corredor más aceptaba el reto. Lejos del alcance visual del grupo, Bourlon acomodó la cadencia de su pedaleo a sus previsiones de duración del depósito de energía. Dicen qué en el pelotón, sus rivales y compañeros bromeaban: “Ya está el loco de Bourlon con sus chifladuras”.

 

Por delante 253 kilómetros. Una distancia que cubrió en 8 horas, 10 minutos y 11 segundos. El ciclista francés satisfizo un primer objetivo al cobrarse la bolsa de 50.000 francos de prima que se entregaban a quien pasara en primer lugar los primeros cincuenta kilómetros de la etapa. Ir cumpliendo retos siempre genera euforia y esa energía extra propulsó durante unas decenas de kilómetros a Bourlon. Después, llegaría la lógica fatiga. Las ascensiones pirenaicas arrancan las fuerzas a mordiscos en cada revuelta. Aun así, el pelotón marchaba lejos y el osado corredor afianzaba las posibilidades de conseguir la hazaña. Mentalmente, Bourlon pedaleaba con más cadencia que con las propias piernas. El optimismo y la ilusión logran en ocasiones extraer esas gotas de combustible cuando el depósito empieza a agotarse.

 

Albert Bourlon pudo disfrutar de su gesta. Levantó los brazos victorioso al cruzar la meta sin que su triunfo hubiera corrido peligro en ningún momento. Cuentan que llegó con tanta ventaja sobre el pelotón que tuvo tiempo de ducharse e incluso bromear con los jueces. Más de 16 minutos después finalizaba la etapa el grupo con el resto de los corredores.

 

Bourlon no sólo ganó una etapa mítica, sino que también estableció el récord de la escapada más larga terminada con éxito; una marca que perdurará para siempre ya que la normativa ya no permite etapas que superen los 250 kilómetros.

 

Aquel ciclista rebelde y obstinado, objeto de las bromas de sus compañeros por su apego a las aventuras imposibles, compartió una era del deporte de la bicicleta en la que los protagonistas eran mitos como Coppi, Bartali, Rodic –vencedor de aquella edición de la ronda francesa-, Kubler o Vietto. A pesar de su extraordinaria victoria, no volvió a correr el Tour. Ningún equipo quiso enrolarlo en sus filas. Albert lo tenía claro: “Me vetan porque soy comunista”.

 

El Tour 2014 homenajeo al ciclista francés reeditando, con las salvedades que la normativa actual impone, el recorrido de aquella gesta. La etapa 16 de aquel Tour comenzó de nuevo en Carcasona y finalizóen Bañares de Luchon. En esa ocasión fueron 237 kilómetros y un perfil similar en la primera parte del recorrido, pero con un final más complicado, ya que a la ascensión de Aspet, se sumó la del col de Ares y la del puerto de Bales, ésta ya más importante y a tan sólo treinta kilómetros de meta. Fue el aperitivo antes de que la carrera se adentrara de lleno en los Pirineos. Venció el australiano Michael Rogers y Vicenzo Nibali lució el maillot amarillo en los Campos Eliseos.

Hay quien dice que Bourlon, que falleció en 2013, era un ciclista de otra época, dentro de un ciclismo de otro tiempo, pero no sería de extrañar que el propio Albert contemplara desde donde quiera que esté a Thomas de Gendt emprendiendo aventuras imposibles y a los rivales excalamando: “A dónde va otra vez”. Este año, De Gendt completará las tres grandes carreras por etapas y, al finalizar la Vuelta, tal y como hizo ya el pasado año, regresará también bicicleta y en compañía de su compañero en el equipo Lotto y amigo Tim Wellens, a su casa en Bélgica. La fuga final./Javi Muro

 

 

 

 

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