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Eugéne Christophe, el Tour y una serie de catastróficas desdichas

Será difícil encontrar un ciclista con más mala suerte que Eugéne Christophe. Su historia forma parte de la leyenda del Tour de Francia, no sólo por acompañar a René Vietto y Raymond Poulidor en la trilogía de los eternos segundones, o por ser el primer corredor en enfundarse el maillot amarillo –el jersey distintivo del líder de la carrera no se utilizó hasta 1919-, sino por la serie de catastróficas desdichas que le acompañó en cada ocasión que acariciaba la victoria en la prueba francesa. Y no ocurrió en una única ocasión.

 

Christophe nació en la localidad de Makaroff, en la Isla de Francia – también conocida como región Parisina-, en 1885. Hasta que constató que su futuro estaba hilado a las ruedas de una bicicleta se ganó la vida como cerrajero. Fue descubrir el ciclismo y comprobar que ese era el camino que quería seguir en su vida. Tanto es así que le dedicó su vida desde los 18 años hasta los 41. Puede decirse que no le fue mal. Ganó el campeonato francés entre los años 1909 y 1914 y repitió victoria en 1921. Se situó en la línea de salida del Tour de Francia por vez primera en 1906. Era la cuarta edición de la carrera francesa y acabó en novena posición. Seis años después rozó la victoria. Era el año 1912 y la norma que regía la clasificación general por el sistema de puntos evitó que venciera. Había sido el más fuerte sobre el incipiente asfalto de las carreteras francesas, pero la victoria final fue para Odile Defraye. Cuentan las crónicas de la época que los corredores belgas reunieron un gran equipo de sprinters que acumuló la mayor parte de las victorias. Tan sólo si Christophe lograba escapar del pelotón lograba sumar algún punto. Con esa estrategia se hizo con el triunfo en tres etapas de forma consecutiva. Si el cronometro hubiera marcado la clasificación la historia de la carrera tal vez hubiera sido diferente. Eugene Christophe contribuyó de alguna manera a cambiar la norma. En 1913, los organizadores decidieron adoptar el sistema de tiempos para definir al ganador de la carrera, modelo que impera desde entonces.

 

Si la derrota ante los belgas puede considerarse un lance de carrera en nada relacionado con la fortuna. Al año siguiente, Chritophe comprobó que la suerte y su opuesta son, como alguien dijo, una flecha lanzada sobre quien menos lo espera.

En 1913, Eugene Christophe afrontaba la etapa reina de la carrera como el gran favorito para el triunfo final. Aquel día ascenderían los puertos de Oschquis, Aubisque, Soulor, Gourette, Tourmalet, Aspin y Peyresurde. Christophe afrontaba la etapa pirenaica a cuatro minutos y cinco segundos del líder, el vencedor del año anterior, Odile Defraye.

 

La jornada echó a rodar de madrugada. El equipo Peugeot, la escuadra de Christophe, endureció la carrera de inicio con el objetivo de ir eliminando a los compañeros de Defraye, que corría para el Alcyon. La estrategia funcionó ya que el belga circulaba a once minutos de Christophe al atravesar la localidad de Olon-Saint-Marie. Poco después, la desventaja se había incrementado hasta los 14 minutos y alcanzó la hora pasado Argelés.

 

Al comenzar a subir el Tourmalet Chrsitophe lanzó un nuevo ataque al que sólo pudo responder el belga Philippe Thijs, que no le incomodaba en la clasificación general. Juntos superaron el mítico puerto. En el alto de montaña, Christophe se detuvo e invirtió la rueda trasera de su bicicleta –aún no existían los cambios de piñón y plato-  para conseguir así una marcha más alta. Transformada la bicicleta, el corredor francés se lanzó con la mirada puesta en el valle. “Bajaba a toda velocidad –relató el propio Eugene- y a unos diez kilómetros de Ste-Marie-de-Campan, ya en el valle, noté que algo andaba mal en el manillar de mi bicicleta. No la podía guiar. Así que me detuve. Comprobé entonces que las horquillas estaban rotas. No podía decirlo porque era mala publicidad para mi patrocinador. Allí me quedé, allí me dejaron, sólo en el camino y cuando digo camino, es camino”.

 

Todos los corredores a los que había descolgado durante las sucesivas ascensiones a los puertos encadenados de la etapa y a los que había sentenciado, posteriormente, en el Tourmalet le alcanzaron y dejaron atrás. “Comencé a descender andando con la bicicleta al hombro –contó Christophe- y caminé más de diez kilómetros. Al llegar a Ste-Marie-de-Campan una joven me ayudó y me condujo hasta un herrero que se encontraba al otro lado del pueblo, se llamaba Monsieur Lacomte”.

 

Lacomte se ofreció a soldar la bicicleta y ya estaba manos a la obra cuando uno de los jueces de la carrera y los directores de los equipos rivales no lo permitieron. El reglamento de la carrera señalaba que cada corredor era responsable de sus propias reparaciones. Así que Christophe agarró pinzas, mazo y soplete y siguiendo las indicaciones del herrero reparó su bicicleta. Fueron tres horas largas de sudor y nervios a los que se sumaron los diez minutos de penalización por haber recibido ayuda externa.

 

Hoy el edificio en el que se encontraba la fragua cuenta con una placa que relata lo sucedido aquel día de ciclismo épico. Sorprendentemente, Christophe concluyó la etapa en el séptimo puesto, tras realizar una increíble remontada en los dos puertos -Aspin y Peyresurde- que aún restaban. Phillippe Thijs, el belga que no contaba, fue el vencedor final de la clasificación general. Repitió victoria al año siguiente, en 1914.

 

Meses después estalló la Primera Guerra Mundial y Christophe se alistó cuando Francia entró en el conflicto armado. El corredor francés, como no podía ser de otra forma, engrosó las filas de un batallón ciclista. 

 

En 1919, finalizada la guerra, el Tour regresó al calendario ciclista y, por supuesto, Eugene Christophe acudió a la línea de salida. La carrera no podía comenzar mejor para él. La organización había resuelto una de las peticiones que jueces, prensa y aficionados reclamaban. Solicitaban que el primer clasificado fuera más fácil de identificar en carrera entre la marabunta de malliots de similares colores. Y es que tras la guerra la industria ciclista no andaba demasiado boyante y la única firma que proporcionaba equipaciones deportivas era La Sportive y lo cierto es que no eran muy diferentes unas de otras. Así que aquel año, por vez primera, el líder de la carrera vistió el jersey amarillo. Y el primero en enfundarse el maillot que distinguía a quien encabezaba la clasificación general fue Christophe. 

 

El Tour de 1919 no podía transcurrir mejor para Eugene. Comenzaba la penúltima etapa como líder de la carrera. Aventajaba al segundo clasificado en treinta minutos. Todo parecía indicar que por fin lograría coronarse como vencedor del Tour de Francia. Era la etapa catorce y enlazaba las localidades de Metz y Dunkerque con un recorrido de 468 kilómetros y los fantasmas del pasado decidieron volver a visitar al ciclista francés. Le esperaban en la localidad de Valenciennes, a la altura de la calle adoquinada por la que transitaba la carrera. De nuevo la horquilla de su bicicleta quebró. Está vez a consecuencia del traqueteo sobre el pavé.

Christophe no podía creer lo que le estaba sucediendo. ¿Tenemos el destino que nos merecemos?, se preguntó. La fragua más cercana se encontraba esta vez a tan sólo un kilómetro, pero la reparación llevó su tiempo. Cuando cruzó la meta de Dunquerke ya era segundo en la general tras el belga Firmin Lambot, que además había ganado la etapa. 

 

Como todo el mundo sabe, las desgracias nunca vienen solas. Camino de París, durante la última etapa, Christophe sufrió una serie de pinchazos en sus tubulares que le retrasaron y desesperaron. Aun así, concluyó aquel Tour, en el que había sido el primer maillot amarillo de la Historia, en el tercer escalón del podio. La victoria fue para Lambot, que pudo presumir de ser el primer jersey amarillo final de un Tour de Francia.

 

Hay quien asegura que las desgracias son la salsa del plato que es la vida. Sea como sea, los aficionados y la prensa se emocionaron con la historia de Eugene y su serie de catastróficas desdichas, lo que llevó a los organizadores del Tour a concederle idéntico premio que al vencedor de la carrea. Así, Christophe se embolsó 13.310 francos, que procedían de una suscripción –hoy le llamaríamos crowdfunding- abierta por el diario LÈquipe, responsable de la carrera. Cuentan que las donaciones recibidas en el periódico oscilaron entre los 20 y los 500 francos. El periódico ocupó 20 páginas con los nombres de todas las personas que colaboraron. 

 

En el Tour de 1922, la historia se repitió y una nueva avería le obligó a olvidarse de luchar por la victoria. Tres años después, en 1925, Eugen Christophe disputó su último Tour, tenía 40 años. Terminó en el puesto 19. El ciclista francés falleció en 1970. Cuentan que conservó en el sótano de su casa la horquilla reparada de la bicicleta con la que subió al podio del Tour de Francia./Javi Muro

 

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