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{DEPORTE / OTROS DEPORTES}

La gran escapada

Albert Bourlon venció en una etapa del Tour de 1947 tras 253 kilómetros de fuga

Es de suponer que alguien que ha tratado de fugarse tres veces –una de ellas con éxito- de un campo de concentración alemán no debe sentirse demasiado cómodo pasando la noche en una ciudad amurallada. Quizá, es sólo una hipótesis, la duermevela previa a caer rendido por el sueño trasladara a Albert Bourlon pesadillas de su cautiverio y reiterara la idea de la huida. Fuera como fuera, el ciclista francés despertó dispuesto a disputar la doceava etapa del Tour de Francia siguiendo el estilo de vida que las circunstancias habían cincelado en su carácter.


Era el Tour de 1947, el primero en celebrarse tras el final de la Segunda Guerra. La carrera la lideraba el también francés René Vietto, que había recuperado el jersey amarillo al vencer en la etapa alpina que había concluído en Digne-les-Bains. Lo perdería a falta de tres días para el final del Tour. Jean Robic fue el vencedor de aquella edición.


Para conocer el desenlace de la carrera aún restaban ocho etapas. Bourlon abrió la ventana de su habitación. Más allá del alfeizar el lienzo de sillería delimitaba la ciudad de Carcasona, desde donde partirían camino a la ya mítica meta ciclista de Bañares de Luchón. Era consciente de la fama que tenía en el pelotón. Obstinado, empecinado, tozudo, para algunos; tenaz y rebelde, para unos pocos y, para muchos, terco, cabezota e incorregible. Daba igual, aquel día pensaba intentarlo como otras tantas veces, si algún otro corredor quería acompañarlo genial –en compañía se pedalea mejor-, sino… sino, lo intentaría en solitario.


Carcasona está situada en el departamento de Avale, en la región de Langedoc-Rosellón. Objeto de deseo de romanos, vándalos e incluso de Carlomagno, en sus viñas y bodegas se elaboran algunos de los más famosos y antiguos vinos franceses. Desde allí, desde Carcasona, a la meta de Bañares de Luchón, según marcaba el plano dibujado por los organizadores, la distancia era de 253 kilómetros de terreno complicado, con los pirineos acechando.

 

Alberto Bourlon se dirigió a la salida y no es de extrañar que durante esos minutos que transcurren entre el momento en que los corredores anotan su nombre y dorsal en el libro de firmas y el juez da inicio a la carrera sus recuerdos retornaran años atrás, cuando trabajaba en una de las factorías de la empresa Renault. De ideología comunista, Bourlon había llamado a sus compañeros a la huelga en el año 1936. Quizá, incluso, esbozó una sonrisa al enlazar aquel acontecimiento con los motes que le atribuían sus compañeros ciclistas.  Quizá, si fuera un tanto inquieto.
También recordó, en ese instante previo al incendio de las pulsaciones de su corazón, la Segunda Guerra Mundial y su captura por las tropas nazis. En dos ocasiones trató de escapar del  campo de prisioneros de Sagan, en Polonia. Lo trasladaron a la prisión de Fürstenberg y desde allí, a la tercera tentativa, consiguió evadirse. Lo hacía –rememorar aquellos días- para motivarse. De alguna manera, los equipos de los sprinters no dejaban de tener cierta similitud con el ejército alemán, salvando las distancias claro, donde unos eran intransigentes con los derechos humanos otros lo eran con las escapadas en busca de la victoria. Defendían el triunfo de su hombre rápido y cualquier otra alternativa no tenía cabida en su estrategia.


Bourlon logró sortear la vigilancia del campo concentración alemán y tras atravesar Ucrania, Eslovaquia y Hungría, consiguió llegar a Rumanía, donde se convirtió en ciclista. Allí, en tierras rumanas, ganó para el equipo Dacia la carrera más importante del país, la clásica Bucarest-Ploesti-Bucarest. Obviamente, la hazaña ciclista que estaba a punto de perpetrar aquel día de 1947 en el Tour de Francia nada tenía que ver con burlar a Hitler y a su implacable ejército, tan aficionados al uso del gas como recurso para eliminar al personal.


El perfil de la etapa era conocido por todos los corredores. El final en Bañares de Luchon era fijo en muchas de las ediciones y muchos corredores encontraban en las diferentes carreteras entrelazadas alrededor de la ciudad sus itinerarios favoritos de entrenamiento. Un primer tramo rompe piernas con continuas subidas y bajadas de unos 140 kilómetros iba mermando las fuerzas, después comenzaba la parte más dura las ascensiones a los puertos de Aspet y Port, antes de tomar el desvío que conducía a la línea de meta. Ese día, en el peor de los casos, recibiría una palmadita en la espalda y un "pero a dónde vas, otro día será", por parte de su director o alguno de sus compañeros.


Albert Bourlon arrancó de salida. En el mismo momento en que el juez ondeó su banderola, él ya se había ajustado los calapies y esprintado los trescientos metros que le permitieron cobrar ventaja respecto al pelotón. Después, un esfuerzo añadido para mantener la aceleración y una última mirada atrás, ningún corredor más aceptaba el reto. Lejos del alcance visual del grupo, Bourlon acomodó la cadencia de su pedaleo a sus previsiones de duración del depósito de energía. Dicen que en el pelotón, sus rivales y compañeros bromeaban: “Ya está el loco de Bourlon con sus chifladuras”.


Por delante 253 kilómetros. Una distancia que cubrió en 8 horas, 10 minutos y 11 segundos, un tiempo en el que Florentino Pérez hubiera cambiado una decena de veces de proyecto y jurado –con los dedos cruzados- otras tantas su apuesta por la cantera. Pero sigamos hablando de deporte.

 

El ciclista francés satisfizo un primer objetivo al cobrarse la bolsa de 50.000 francos de prima que se entregaban a quien pasara en primer lugar los primeros cincuenta kilómetros de la etapa. Ir cumpliendo retos siempre genera euforia y esa energía extra propulsó durante unas decenas de kilómetros a Bourlon. Después, llegaría la lógica fatiga. Las ascensiones pirenaicas arrancan las fuerzas a mordiscos en cada revuelta. Aún así, el pelotón marchaba lejos y el osado corredor afianzaba las posibilidades de conseguir la hazaña. Mentalmente, Bourlon pedaleaba con más cadencia que con las propias piernas. El optimismo y la ilusión logran en ocasiones extraer esas gotas de combustible cuando el depósito empieza a agotarse.


Albert Bourlon pudo disfrutar de su gesta, levantó los brazos victorioso al cruzar la meta sin que su triunfo hubiera corrido peligro en ningún momento. Cuentan que llegó con tanta ventaja sobre el pelotón que tuvo tiempo de ducharse e incluso bromear sobre los jueces. Más de 16 minutos después finalizaba la etapa el grupo con el resto de los corredores.


Bourlon no sólo ganó una etapa mítica sino que también estableció el récord de la escapada más larga terminada con éxito; una marca que perdurará para siempre ya que la normativa ya no permite etapas que superen los 250 kilómetros.


Aquel ciclista rebelde y obstinado, objeto de las bromas de sus compañeros por su apego a las aventuras imposibles, compartió una era del deporte de la bicicleta en la que los protagonistas eran mitos como Coppi, Bartali, Rodic –vencedor de aquella edición de la ronda francesa-, Kubler o Vietto. A pesar de su extraordinaria victoria, no volvió a correr el Tour. Ningún equipo quiso enrolarlo en sus filas. Albert lo tenía claro: “Me vetan porque soy comunista”.

El Tour 2014 homenajeará al ciclista francés reeditando, en la medida de lo posible, el recorrido de aquella gesta. La etapa 16 de la próxima edición de la carrera francesa saldrá de nuevo de Carcasona y finalizará en Bañares de Luchon. En esta ocasión serán 237 kilómetros y un perfil similar en la primera parte del recorrido, pero con un final más complicado, ya que a la ascensión de Aspet, se suman la del col de Ares y la del puerto de Bales, ésta ya más importante y a tan sólo treinta kilómetros de meta. Será el aperitivo antes de que la carrera se adentre de lleno en los Pirineos.

 

Hay quien dice que Bourlon era un ciclista de otra época, dentro de un ciclismo de otro tiempo, pero no sería de extrañar que el propio Albert contemplara a través de la televisión la última edición de la Vuelta, el último espectáculo ciclista del que pudo disfrutar antes de morir el pasado mes de octubre. Seguro que se vio reflejado en la pantalla cuando el ciclista alemán, Tony Martin, siguió sus pasos y atacó de salida en la sexta etapa de la carrera, con final en Cáceres.
Eran 175 kilómetros de distancia a meta y Martin un especialista contrarreloj con escasas posibilidades de éxito. Como en aquel 1947, el pelotón dejó hacer al aventurero. Por momentos, Martin parecía desfallecer; a diez kilómetros de la llegada mostraba aspecto de estar roto. Tan sólo se trataba de un truco, quería que el pelotón levantara el pie en su persecución al darlo por rendido. Casi lo logra, casi les engaña… el grupo lo engulló a tan sólo 20 metros de la línea de meta y le privó de su victoria al estilo Bourlon.

 

Albert, en el caso de hubiera seguido la retransmisión, seguro que le aplaudió porque en el fondo era de esos corredores –de esos deportistas- para los que tan importante como la victoria es el relato que se hace a lo largo de la carrera y en eso el ciclista francés fue de los mejores. Sus fugas eran –de alguna manera- una búsqueda de libertad, y la fantasía no es ninguna huida, es creación y osadía, que dijo el dramaturgo./Javi Muro

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