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La Isla de Man, motos, velocidad y 200 curvas

Joey Dunlop es la leyenda con 26 victorias en un circuito semiurbano de 60 km

Sobre el asfalto de calles de la Isla de Man se puede contemplar sin tener que rebuscar demasiado la marca de neumáticos de motocicletas. Unos dicen que se trata de la rúbrica de los pilotos de leyenda; de Dunlop, de Molyneux, de Hailwood, Hislop y Giacomo Agostini. Otros recuerdan, que esas marcas que han dejado las frenadas de las motos son un aviso, una señal de que te encuentras en el circuito más bello y más peligroso del mundo; donde la distancia entre la gloria y la muerte se reparte entre las doscientas curvas que completan el recorrido.


Para muchos, este pequeño archipiélago situado entre Irlanda y Gran Bretaña es un santuario del motociclismo. Un lugar de culto que colocan por encima de circuitos como Sepang, Jerez, Mugello o Laguna Seca. Para otros, una locura sobre dos ruedas en la que se desafía a la muerte y en demasiadas ocasiones se rueda de la mano de la chica de la guadaña.


La Isla de Man es una Dependencia de la Corona británica y su soberano es la reina de Inglaterra, responsabilidad que ejervce bajo el título de Seño de Man. La isla no forma parte del Reino Unido pero su representación internacional, su defensa y gobierno son competencia inglesa.


Aunque la Isla de Man ha estado habitada desde el año 6.500 a de C., su fama internacional comenzó en 1907. Ese año los amantes de las motos y de la velocidad de todo el mundo aprendieron a situarla en el mapa. Quizá su pasado vikingo tenga algo que ver con la valentía y el riesgo que exige participar en la carrera, en la Tourist Trophy (TT), que cada primavera se disputa por las calles de la isla y en las rampas de los 621 metros del monte Snafell. La TT transcurre a lo largo de la única carretera que existe en la isla, una vía montañosa entre Ramsey Hairpin y Creg Ny Baa.


En el origen de esta carrera –sin ninguna duda la que más muertes acumula en la historia- también tiene una relación directa Inglaterra, ya que en 1903, prohibió las carreras de motos por las calles. Aquella norma provocó en los fanáticos de dar gas mientras callejeaban la necesidad de encontrar un nuevo escenario para sus fantasías. Lo encontraron en la Isla de Man.

 

El nacimiento oficial de la prueba tuvo lugar en 1907 durante la reunión anual del Auto Cycle Club de Londres. En aquel momento se diseñó el trazado, que a pesar de la introducción de constantes mejoras –especialmente de visibilidad- contempla riesgos como el ascenso a la única montaña de la isla y su fulminante descenso, la Windy Corner (esquina del viento) –que ha mandado a más de un piloto al suelo y más allá-, o la existencia de tramos de doble sentido.
El primer circuito tenía una longitud de 25 kilómetros e intercalaba caminos de tierra con ramales asfaltados. A partir de 1911 se diseñó el conocido como Mountain Course. Crecía así su longitud hasta los 60 kilómetros, y también el número de curvas -más de doscientas- y de rasantes. Unas condiciones que ha elevado a la categoría de mito esta prueba, que presenta unos condicionantes únicas para los pilotos que deciden inscribirse. Unas circunstancias que no se encuentran en ningún otro circuito del mundo y que aúnan tradición, velocidad y riesgo; no en vano son ya 105 años disputando carreras –con el parón de la Guerra- y cerca de 250 muertos.


El peligro del TT de la Isla de Man comienza en las dificultades que encuentran los pilotos para aprenderse el circuito debido a su gran distancia. Son necesarias unas cuantas participaciones para lograr memorizar cada curva y cada bache existente en el recorrido, aunque también es cierto que algunos simuladores hayan echado una mano últimamente. No es lo mismo. No hay que olvidar que en un Gran Premio del Campeonato del Mundo de Velocidad los pilotos pueden llegar a dar cuarenta o cincuenta vueltas al circuito durante las sesiones de entrenamiento y calificación; en la Isla de Man eso es imposible.


Y no hay que olvidar que el recorrido no es un circuito acondicionado para las carreras, sino una carretera, que como tal permite pocos errores a los conductores habituales y prácticamente ninguno a los pilotos de la Tourist Trophy. Quien participa en la carrera de la Isla de Man sabe –o más le vale saberlo - que está poniendo su vida en peligro.

 

No hay vías de escape y los medios de protección son sacos o colchones hinchables que tratan de proteger aquellos puntos que la experiencia señala como más peligrosos. La carrera transita entre casas, granjas, aceras, mobiliario urbano –farolas, bancos, papeleras-, árboles y barrancos.
El riesgo también crece debido a la velocidad que alcanzan las motos, muchas veces por encima de los 300 kilómetros por hora y con medias de 240. A estos ritmos, los pilotos se enfrentan a infinidad de curvas ciegas y cambios de rasante en los que las motos despegan las dos ruedas del suelo. Aquí, la sexta velocidad de las motos, dicen los que han completado el circuito, no es un recurso para la línea de meta. Aseguran que la sensación que transmite la moto es de estallar en cualquier momento. No lo hacen, pero si se encabritan y comienzan a saltar como queriendo deshacerse de su monturas en escenas más propias de un rodeo americano que de una prueba de velocidad motociclista.


La carrera se disputa en la modalidad de contrarreloj. El 28 de mayo de 1907 se celebró la primera carrera. Fueron diez vueltas al circuito inicial de 25 kilómetros y el ganador absoluto fue Charlie Collier, pilotando una Matchless. En el cronómetro marcó un tiempo de cuatro horas, ocho minutos y ocho segundos, con una media de 61,5 km/h.


Un irlandés, Joey Dunlop, nacido en el condado de Antrim es el piloto más laureado en la prueba. Dunlop era un romántico del motociclismo, le gustaban las carreras, pilotar rápido y también disfrutar después de una cerveza comentando la carrera con sus rivales y amigos. Consiguió 26 victorias en la Isla de Man, en las diferentes categorías. El mismo reconocía que amaba el circuito; su longitud, la infinidad de virajes o la cercanía de los muros, donde asegura que más de una vez rozaba con el caso.

 

Obtuvo su primera victoria en el TT de la Isla de Man en 1977 y la última en el año 2000, cuando contaba con 48 años. Uno de los favoritos de aquel año, Phil MacCallen, que había ganado en cuatro ocasiones, no pudo competir al encontrarse lesionado y desde boxes, tras finalizar la prueba, dijo: “Estoy satisfecho de no haber corrido este año. ¿Cómo podría volver a casa diciendo que me ha ganado un hombre de 48 años, cuando se supone que soy un buen piloto?”.
Dunlop falleció tan sólo unos meses después de su última victoria en Man. Fue en Estonia, durante una carrera de 125 c.c., el día anterior había logrado la victoria en la categoría de 600. Aquel piloto de leyenda que se enamoró de la Isla de Man pasó a convertirse en mito cuando en su funeral se congregaron más de 50.000 personas procedentes de todo el mundo para homenajearle.


El norirlandes no fue la única leyenda del circuito. El inglés John MacGuiness –actual campeón 2012- acumula ya 18 victorias; Dave Molyneux, Mike Hailwood –uno de los mejores pilotos de la historia, nueve veces campeón del mundo de velocidad, 14; Steve Hislop, Phillip McCallen, 11; y Giacomo Agostini, Rob Fisher, Stanley Woodshand, 10. También ganó en la Isla de Man una leyenda como John Surtees, único piloto campeón del mundo de Fórmula 1 y Motociclismo.


En 1970, la Isla de Man se cobró la vida del piloto español Santi Herrero. Colisionó en el punto denominado  westwood corner con otro piloto, Stanley Wood. Marchaba tercero en la prueba. Herrero salió despedido contra un seto. Murió dos días después como consecuencia de las heridas sufridas. Aquel trágico accidente provocó la retirada de las carreras de Ossa, la moto que pilotaba Santi Herrero. A partir de aquel día, la Federación Española prohibió emitir licencias para la carrera de la Isla de Man. Los pilotos españoles que participan lo hacen bajo licencia de otros países.


Los 65.000 habitantes de la Isla de Man saben que allí no hay sorpresas, que allí no debutan chavales sin edad para sacarse el carné de conducir. Los lugareños, que llevan disfrutando del motociclismo desde hace más de cien años, saben que quienes están dispuestos a acelerar por los infinitos virajes que sortean el circuito conocen lo que arriesgan. Son conscientes de que se están dejando seducir por la más bella y peligrosa carrera de motos del mundo… o, al menos, deberían serlo, aseguran en la isla./Javi Muro

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