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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}
'La sombre del asesino'
por Maite R. Ochotorena
La noche llegaba, era el tugurio de sus más abyectas reflexiones, el espacio desconocido donde deleitaba la mente. Solía buscar un espejo, y se entretenía sondeando indiferente esas pupilas negras que le devolvían la mirada en su reflejo, buscando en ellas un atisbo de aquella marea de ensueño ciego que dominaba su destino. La respuesta era siempre el vacío.
Era atractivo, rezumaba carisma y engañaba con su aspecto soberbio…. una apariencia que ocultaba el reino de pesadilla que llevaba dentro.
La noche aguardaba, ajena a su perversión.
Repasó su cabello con una mano perfecta, observó su imagen en el reflejo… distraído por sus negros pensamientos. Notaba ya el sabor del futuro, cuando abrazado a su embeleso enfermo, dejara salir al Verdugo… el ejecutor de un sueño muerto.
Compuso su ropa, aspiró el aire quieto de la guarida sombría en que pasaba los días, fuerte amurallado de su yo auténtico… y cogió un cuchillo afilado. Pasó los dedos largos por el borde cortante… De inmediato la prisa por salir transformó su rostro.
Buscó la puerta. La noche aguardaba.
La calle conducía a la plaza, ésta a la avenida, la avenida al túnel bajo salpicado de charcos pulidos, goteras intermitentes y ecos temerosos. El túnel pasaba bajo la carretera y llevaba al puente sobre el río manso, y al cruzarlo se llegaba al parque...
Aceleró el paso.
Caminaba sigiloso, la piel pálida de fantástico fulgor, como si fuese un verdugo de la muerte llegado del inframundo. Atravesó un sendero de arena y enderezó hacia el rincón donde rumoreaba la gran fuente de "Los amantes".
Se detuvo y aspiró el aire nocturno despacio, saboreando el momento, anticipándose a lo que vendría después…
Luego, sin prisa, se apoyó en la fuente de pétreo acabado y una vez más contempló su reflejo en las aguas calmas que los amantes esculpidos no enturbiaban desde muy atrás en el tiempo. Nunca hubo una sonrisa en aquel mudo rostro sin expresión, tampoco entonces. Sus ojos negros estaban vacíos, y llevaban la muerte en su fría mirada. Se sentó a esperar mientras el corazón latía acompasado en su pecho.
Al cabo de un rato, acallado el parque en aquella noche apacible, un rumor rasgó el silencio. La brisa apenas se dejaba sentir entre los árboles y arbustos que circundaban el lugar, pero un perfume almizcleño flotó hasta él.
Una muchacha se aproximaba.
La vio llegar con calma. No se movió, deleitándose en su belleza. Contempló extasiado su flexible manera de andar, sus largas piernas bien contorneadas, la cintura esbelta, el talle fino, el pecho tembloroso bajo la camisa blanca y el sostén transparentado; sus largos cabellos castaños flotaban sobre sus hombros delicados...
El Verdugo se adelantó entonces, sin prisa. Caminó hacia ella de forma natural para cortarle el paso, nada brusco, sin amenaza en sus ademanes… Prodigó a la joven una mirada, fingió sosiego y al llegar a su altura la retuvo suavemente, sujetándola apenas con dos dedos cálidos por el antebrazo. Notó el pulso latiendo desbocado bajo su piel. Dio entonces a su voz ese ambiguo tono cautivador del que domina sin esfuerzo.
–Buenas noches –murmuró muy quedo. Ella le miraba sorprendida, pero no se revolvió… Enseguida cedió terreno, seducida por aquel porte antinatural–. No te asustes, estaba esperando que ocurriera algo, y entonces has aparecido tú. No podía dejarte ir./Maite R. Ochotorena autora de 'El Secreto de la Belle Nuit' y ya en imprenta 'La sombra de Forneau'
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