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{ARTÍCULOS DE OPINIÓN}
Sprinters, la jungla y John McClane
No puedo evitarlo, en cada ocasión que una carrera ciclista finaliza al sprint me viene a la mente Bruce Willis. Realmente, no es Willis quien se aparece, sino su personaje en La Jungla de Cristal, John McClane. Los sprinters son, de alguna manera, McClanes sobre finas ruedas. Donde a ritmo de 24 fotogramas por segundo son taxis, rascacielos, camiones de gran tonelaje, aviones y barcos, en el ciclismo son frágiles bicicletas de cinco o seis kilos de peso, pero igualmente dispuestas a saltar por los aires hechas añicos como el atrezo de las superproducciones dirigidas por John McTiernan. Salvar el mundo y ganar una etapa al sprint son actividades de alto riesgo.
Los velocistas son tipos duros que las pasan canutas a lo largo de toda la etapa para no quedar rezagados del pelotón cada vez que la carretera se eleva mínimamente. No se colocan el dorsal a la espalda para hacer demostraciones cuesta arriba, ellos aman la velocidad pura. Si por los sprinter fuera, las bicicletas tan sólo dispondrían de plato grande y piñón pequeño, para que más cuando la velocidad extrae lágrimas de los ojos. Pero rara vez las carreteras son llanas a lo largo de todo el recorrido y ahí los velocistas sufren. Se sitúan al final del grupo, se descuelgan unos metros, hacen la goma, mientras sus compañeros de equipo están pendientes de que no pierdan contacto del todo. Ir a cola de pelotón supone además no librar de ninguna caída, siempre están implicados, ya sea directamente o por defecto. Se llevan todas las tortas, igual que John Mcclane en la primera hora de cada entrega de la saga. No por nada el título original es ‘Die Hard’ (Duro de matar). Como el personaje interpretado por Willis, nos resulta extraño contemplar como los sprinter llegan al final de la etapa, al momento cumbre que tanto han esperado, con la cara marcada y el maillot rasgado por varios sitios. Sobreviven -igual que McClane a los malos-, a todas las tropelías y trampas con las que el asfalto, las rotondas y el famoso afilador han sembrado el recorrido hasta alcanzar sus deseados últimos doscientos metros. Ahí, cuando la carretera se encajona entre el vallado y los lanzadores de cada equipo ruedan a sesenta kilómetros por hora con la boca besando el manillar, se produce la explosión final. Cuando las cristaleras del rascacielos estallan, McClane sabe que es su momento y que va a vencer a los villanos. Es entonces también cuando los sprinters aparecen en las posiciones protegonistas, los reconoces porque su cabeza parece haberse acoplado a la rueda delantera en una inclinación imposible del cuerpo, mientras bailan la bicicleta a izquierda y derecha buscando la máxima aceleración, al tiempo que sus codos y manillares rozan con los de los rivales. Es cine de acción del bueno, aunque tan sólo dure un instante.
Hace unos días fue Peter Sagan quien venció en la recta final de Málaga en pugna con Bouhanni y John Degenkolb, pero a lo largo del tiempo son innumerables los corredores que han porfiado todo a su reprís en los últimos metros. Rik Van Looy, Davis Phinney, Van Steenbergen, Roger de Vlaemink, Freddy Maertens, Eddy Planckaert, Jean Poul Van Poppel, Jerome Blijlevens, Poblet, Perurena, Migue Mari Lasa, Sean Kelly, Abdoujaparov, Eriz Zabel, Jalabert, Marcel Wüst, Robie McEwen, Mario Cipollini, Freire, Hushovd, Tom Boonen, Alessandro Petachi, Marcel Kittel, Marc Cavendish o el invencible en 2015, André Greipel. Tengo la impresión de que todos en su momento gritaron… Yippe-Kai-Yay, un instante antes de acabar con los malos… perdón, de lanzarse al sprint en busca de la línea blanca que cada tarde corona al vencedor./Javi Muro
* 'La carrera que no fue los héroes que no llegaron' aquí.
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